mercredi, septembre 28, 2005

Viajes VIII (suite)

Un jour de trop II

Algunas cosas una vez dichas no pueden ser repetidas porque entonces lo que parecía afirmar o nombrar algo decae y se pierde en el desmentido, menester es abandonarlas, dejarlas atrás, perderlas. O lo que es lo mismo, una vez dichas se les debe dejar seguir su curso, tomaran lo forma del día o de la noche, las representará un cambio en el rostro o en la mirada o no. Es posible que caigan en olvido, un hecho fortuito las despertará, o no.

Una vez dichas, perteneces a lo improbable que es la ocasión. Se le llama amor a ese momento.

En vano se puede intimar.

***

(Segunda carta)

Querida Pola,

(Char encore) « Le dessein de la poésie étant de nous rendre souverain en nous impersonnalisant… » (El propósito de la poesía, siendo, rendirnos soberanos impersonalizándonos) La carta de ayer no tuvo éxito; la cita de R. Char en vano alcanzó a presentirte. Ahora advierto. No temas mis cartas, son amorosas. No llames al médico, no se trata de ningún caso de “impersannalisation” grave, es solo mi manía que canta. Un delirio, el cuarto, según Platón. Nada más.

Es que ahora me doy cuenta, lo improbable que es este lenguaje entre nosotros. Mis misivas quedan sin efecto. ¿Dónde un puente? Me percato que evitamos rigurosamente toda palabra que pudiera delatar esa debilidad
“furtive de la terre des amants”
(furtiva de la tierra de los amantes)

Creo no faltar de empeño, lo que no tengo es acierto. Seguiré intentándolo. A lo mejor se me ha olvidado algo. No conozco la clave, mi Trobar carece de tacto, no te espío donde estás… No desespero, porque escribo donde te deseo. Quien sabe, con un poco más de chance te podré trobar, (trobar, chanter et trouver, au même temps).

Ya, no quiero tampoco agobiarte, caerás en mis redes, pero no podré atraparte. Seré lento como una ola en la Bahía.

Salaito.



Empezó a leer de nuevo con avidez el “libro de la imagen” que era como le llamaba. No podía sin embargo hacerlo sin detenerse: impulsos que lo sacaban de su esfera. Completaba con frases que le eran propias. Bifurcaba, cuando no, meditaba en sentido opuesto al que leía, como si buscara la fuente de lo escrito en su excedente. Le era imposible saber lo que estaba leyendo, la afinidad le parecía tal, que no era necesario saber más. Estaba en ese más. Exceso que le hacía avanzar en el libro hiendo hacía atrás.
¿De qué? Del momento que vivía. Creía poseer su genealogía.

La jornada de ese día se le presentó híbrida. Si en alguna parte él no tenía voz, el libro le prestaba una y le hacía dar un paso, pero no realizar su recorrido. El de esa misma voz que no estaba en el libro y que aún no era la suya propia.

El cansancio acumulado le hacía más difícil poder adaptarse a la vigilia. El ensueño daba elasticidad a todo o que podía estar pensando.

Deseaba una manera de pintar un poco más ruda, tónica por así decirlo, pero una cosa son los impulsos y otra el arte. Lo sabía. Antes de que pudiera idear una sola pincelada pasaría algún tiempo, y ese tiempo estaba en la carta, tercera según el orden.



Lo primero que sintió al entra en el salón fue el perfume de los nardos, entonces se dijo como para resumir lo que le estaba ocurriendo: estoy aquí. Fue hasta la cocina y se puso a calentar agua. Todos los gestos que hacía tenían algo de ritual, en el sentido que estos encerraban una meditación. Le quedaría prolongar aquella parsimonia en la imagen que tenía que atravesar. Pintar es atravesar una imagen. Pero ya era decirlo con el leguaje del autor que leía y no según sus propias palabras. Estaba convencido que había otro modo de decir lo mismo. Pero quizás justamente no era lo mismo. Preparó el té y volvió al salón.

¿Qué había ocurrido en París?

Recordaba algunas conversaciones, una tarde con sus amigos. No estaba. Luego los dos últimos días con ella. Qué catástrofe. Sólo quería irse.
Es un sentido interno, que no reconoce la realidad. Pero que capta lo esencial. Así un perfume. Reconoce lo que no se quiere vivir. Uno puede, hasta cierto punto, reformar las cosas pero en el ámbito suyo, de nada valía hacer uso de tal empeño si no entendía por cambio, la metamorfosis de si mismo, en cuyo caso emitir un juicio equivale a guardar silencio. No tenía nada que decir.

Ella representaba una excepción. Representaba. Ya no. No tenía nada que decir.

Aquella era la dificultad de la tercera carta. Oscilaba entre lo que le traía el olor del salón y los recuerdos.

Era el mediodía del sábado, estaban almorzando cuando le preguntó, ya no sabía bien qué, pero le preguntó, en realidad no hizo una pregunta, preguntó de la misma manera que se dice, fulano pregunto por un tal. (Preguntó por ella.) Ella se puso a hablar y hablar. Entonces ya no fue hora de decirle algo más. La dejó hablar. Ella daba explicaciones, argumentaba, no paraba. Para él, ella mentía, no porque mintiese, mentía porque explicaba. Su manera de hablar era una pura mentira. El hubiese podido acotar algo. Sintió profundamente que sería para empeorar las cosas. Sólo lamentó no poder tomar el avión esa misma tarde. Hay silencios que se producen sin que se desee. Representan durante un corto tiempo una agresión. Encierran lo que nunca más se podrá decir.


Tomó un sorbo, miró el cuadro y siguió leyendo.

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