mercredi, septembre 28, 2005

Viajes VIII (suite)

Un jour de trop II

Algunas cosas una vez dichas no pueden ser repetidas porque entonces lo que parecía afirmar o nombrar algo decae y se pierde en el desmentido, menester es abandonarlas, dejarlas atrás, perderlas. O lo que es lo mismo, una vez dichas se les debe dejar seguir su curso, tomaran lo forma del día o de la noche, las representará un cambio en el rostro o en la mirada o no. Es posible que caigan en olvido, un hecho fortuito las despertará, o no.

Una vez dichas, perteneces a lo improbable que es la ocasión. Se le llama amor a ese momento.

En vano se puede intimar.

***

(Segunda carta)

Querida Pola,

(Char encore) « Le dessein de la poésie étant de nous rendre souverain en nous impersonnalisant… » (El propósito de la poesía, siendo, rendirnos soberanos impersonalizándonos) La carta de ayer no tuvo éxito; la cita de R. Char en vano alcanzó a presentirte. Ahora advierto. No temas mis cartas, son amorosas. No llames al médico, no se trata de ningún caso de “impersannalisation” grave, es solo mi manía que canta. Un delirio, el cuarto, según Platón. Nada más.

Es que ahora me doy cuenta, lo improbable que es este lenguaje entre nosotros. Mis misivas quedan sin efecto. ¿Dónde un puente? Me percato que evitamos rigurosamente toda palabra que pudiera delatar esa debilidad
“furtive de la terre des amants”
(furtiva de la tierra de los amantes)

Creo no faltar de empeño, lo que no tengo es acierto. Seguiré intentándolo. A lo mejor se me ha olvidado algo. No conozco la clave, mi Trobar carece de tacto, no te espío donde estás… No desespero, porque escribo donde te deseo. Quien sabe, con un poco más de chance te podré trobar, (trobar, chanter et trouver, au même temps).

Ya, no quiero tampoco agobiarte, caerás en mis redes, pero no podré atraparte. Seré lento como una ola en la Bahía.

Salaito.



Empezó a leer de nuevo con avidez el “libro de la imagen” que era como le llamaba. No podía sin embargo hacerlo sin detenerse: impulsos que lo sacaban de su esfera. Completaba con frases que le eran propias. Bifurcaba, cuando no, meditaba en sentido opuesto al que leía, como si buscara la fuente de lo escrito en su excedente. Le era imposible saber lo que estaba leyendo, la afinidad le parecía tal, que no era necesario saber más. Estaba en ese más. Exceso que le hacía avanzar en el libro hiendo hacía atrás.
¿De qué? Del momento que vivía. Creía poseer su genealogía.

La jornada de ese día se le presentó híbrida. Si en alguna parte él no tenía voz, el libro le prestaba una y le hacía dar un paso, pero no realizar su recorrido. El de esa misma voz que no estaba en el libro y que aún no era la suya propia.

El cansancio acumulado le hacía más difícil poder adaptarse a la vigilia. El ensueño daba elasticidad a todo o que podía estar pensando.

Deseaba una manera de pintar un poco más ruda, tónica por así decirlo, pero una cosa son los impulsos y otra el arte. Lo sabía. Antes de que pudiera idear una sola pincelada pasaría algún tiempo, y ese tiempo estaba en la carta, tercera según el orden.



Lo primero que sintió al entra en el salón fue el perfume de los nardos, entonces se dijo como para resumir lo que le estaba ocurriendo: estoy aquí. Fue hasta la cocina y se puso a calentar agua. Todos los gestos que hacía tenían algo de ritual, en el sentido que estos encerraban una meditación. Le quedaría prolongar aquella parsimonia en la imagen que tenía que atravesar. Pintar es atravesar una imagen. Pero ya era decirlo con el leguaje del autor que leía y no según sus propias palabras. Estaba convencido que había otro modo de decir lo mismo. Pero quizás justamente no era lo mismo. Preparó el té y volvió al salón.

¿Qué había ocurrido en París?

Recordaba algunas conversaciones, una tarde con sus amigos. No estaba. Luego los dos últimos días con ella. Qué catástrofe. Sólo quería irse.
Es un sentido interno, que no reconoce la realidad. Pero que capta lo esencial. Así un perfume. Reconoce lo que no se quiere vivir. Uno puede, hasta cierto punto, reformar las cosas pero en el ámbito suyo, de nada valía hacer uso de tal empeño si no entendía por cambio, la metamorfosis de si mismo, en cuyo caso emitir un juicio equivale a guardar silencio. No tenía nada que decir.

Ella representaba una excepción. Representaba. Ya no. No tenía nada que decir.

Aquella era la dificultad de la tercera carta. Oscilaba entre lo que le traía el olor del salón y los recuerdos.

Era el mediodía del sábado, estaban almorzando cuando le preguntó, ya no sabía bien qué, pero le preguntó, en realidad no hizo una pregunta, preguntó de la misma manera que se dice, fulano pregunto por un tal. (Preguntó por ella.) Ella se puso a hablar y hablar. Entonces ya no fue hora de decirle algo más. La dejó hablar. Ella daba explicaciones, argumentaba, no paraba. Para él, ella mentía, no porque mintiese, mentía porque explicaba. Su manera de hablar era una pura mentira. El hubiese podido acotar algo. Sintió profundamente que sería para empeorar las cosas. Sólo lamentó no poder tomar el avión esa misma tarde. Hay silencios que se producen sin que se desee. Representan durante un corto tiempo una agresión. Encierran lo que nunca más se podrá decir.


Tomó un sorbo, miró el cuadro y siguió leyendo.

vendredi, septembre 23, 2005

Viajes VII (suite)


Un jour de trop (I)

¿La obra destruye a su paso la estela?

Se levantó al alba. Se había quedado dormido con las luces encendidas. Tomó café. La primera línea le pareció llena de complicaciones. Como sus facultades aún no se separaban del todo del sueño, cualquier frase podía ser violenta. Pero ya estaba hecho. ¿La obra destruye a su paso la estela? La frase se formó sin su consentimiento. El la transformó en pregunta. Recordó que antes de quedarse dormido había leído…

“En poesía, sólo se habita el lugar que se deja.” Necesitaba dormir. Estaba cansado. “se crea sólo la obra de la cual uno se separa” Le pareció estar en una pesadilla.
“El lapso se obtiene aboliendo en tiempo”

Pensó en las dos cartas que le había enviado. Pensó en lo que era una carta. Pensó que tendría que escribir una tercera y quizás una cuarta. Pensó entonces en lo que sería a partir de ahí, nadie.

Lo cierto es que nunca escribí o di a entender que mi intención era volver a París. No me atreví a contradecirla. Así fue que mantuve con ella la conversación como si lo que decía estuviese en lo cierto. Seguramente a causa de mi asombro. No era lo que yo había escrito. Se precipitó en llamarme preguntándome si estaba bien. Ahora comprendo por qué. Pero yo nunca escribí tal cosa. El resultado fue: un jour de trop. Un día de más. Un día de más es un día que no existe en el lugar donde se produce y es una perdida ahí donde uno no está. Todo lo que dije en sea carta refería a el País. (País = París?)

Hay signos que no perdonan. El dibujo que le había regalado no encontró mejor suerte que el de tener un uso práctico en la cocina al tapar una ampolleta y servir de lámpara, pegado al muro sin más protocolo que el de dos cintas adhesivas una en cada extremo seguido de un comentario: que cuando se alumbra se ve muy bien. En acto comprendí que era ya, dándole este uso, destinar algo a su caducidad, pues no pasaría mucho tiempo sin que se estropeara.

Habré lo que cierra. Es una llave que la vida nos proporciona sin pensar en nosotros.

Tenía la carta. Porque era una verdadera carta. Una correspondencia. Fue algo que él decidió que fuera así. Podía haber llamado por teléfono. No lo hizo. Nada podía sustituirse a la carta. Creo una carpeta, era lo que estaba abriendo para volver a leer la primera. Quería cerciorarse por última vez.


Querida Pola,

“On ne peut pas commencer un poème sans une parcelle d´erreur sur soi et sur le monde, sans une paille d´innocence aux premiers mots » dit René Char, (No se puede comenzar un poema sin una parcela de error sobre si mismo y sobre el mundo sin un cesto de inocencia en las primeras palabras) dice Char, y debe ser cierto, hay cosas que sentimos y otras que pensamos, una parte del sueño debe encajar en todo esto, ayer por ejemplo mientras despedíamos a B, que partía, en el mismo restaurante donde estuvimos alguna vez, y tratando de alguna manera de hablar contigo, pensé y no pensé, en lo que haría más tarde, no en lo inmediato, pero hacía adelante, estaban ahí mis cuadros, como alguna luz que quiero, sin embargo tan pronto como me disponía a tomar la palabra, y traer con ella algo que se pueda decir, me di cuenta que estaba aquí, como antes estuve en Paris, inserto en una reclusión, porque poco encontraba que decir, aunque tengo que agregar que en mi este decir, va también lleno de cosas por escribir, y me pareció que no podía escribir otra cosa que no fuera, lo que comenzó a escribirse en mi último relato.

Al conocerte algo cambió de lo que yo sabía del País, esa tierra para la cual no tengo otro nombre que Destierro. Pero es sin duda tu persona que agrega algo que ahora imagino en otra parte, y que me hace sentir por ese País lo que antes no podía vivir. Cometo un error, una noche contigo no ocurre que contigo. Pero tú eres del País.

Así mientras hablábamos… yo me decía que lo único que podía seguir escribiendo tenía que escribirlo estando allá. Cobraban sentido muchas de mis lecturas. Pertinencia las referencias filosóficas. Pertinencia el psicoanálisis. Hay algo en la subjetividad que sin ser substancial se expresa en la historicidad. Seguramente la marca del Surmoi. Y ha eso llego. Un nudo. Les Noms du Père. Uno esta anclado. Lo quiera o no. ¿Podré ir más lejos sin quitar el ancla? Peut-on s´en passer? Ya me dirás tu que una cura… y que sé yo.

Me detengo aquí… (ya me dirás tu)

La noche está estrellada y titilan los astro a los lejos…
Ha pensado en su cachita… (yo harto)
No te olvides de ir al Blog

Besos salaos


Apagó la luz. El balcón abierto. Las cortinas cerradas. Se acostó y se quedó mirando al marco de la parte inferior de la puerta del balcón que estaba abierta. Le agradó que la penumbra llena de tonos grises dejara pasar en ciertos recodos una luz más cálida. Un poco más hacía el fondo a la derecha se encontraba el cuadro… lo miró. Había sentido su presencia. Le extraño que fuera él el autor. El silencio, quebrado por algunos pasos, parecía también venir de afuera. Necesitaba dormir un poco. Se había despertado por error.

Escribiría una tercera carta. A nadie. Dormir un poco. Descansar.
Que se produjera un corte.

jeudi, septembre 22, 2005

Viajes VI (suite)

Guardaba una hoja dibujada y con un escrito: puño y letra de Gratien. En la parte superior a la izquierda un dibujo con tinta sepia, esbozo de mujer acostada boca abajo en perspectiva; el raccourci mostraba uno fuertes muslos, y luego la cúpula de sus nalgas a las que Gratien daba el valor de una figura topológica que yo me resistía a comprender y que para él, risueño, representaban lo que justifica una espera si el premio es la felicidad. Más abajo, otro esbozo hecho con la misma tinta, un poco más diluida: trazos sueltos donde se adivinaban dos cuerpos enlazados. Todo lo demás llevaba su escritura. En la parte inferior, en columna, dos notas paralelas, la de la izquierda se encargaba de aludir a lo que el dibujo del centro mostraba in situ. La otra era, si bien recuerdo una referencia a Pompeya.

Joven que había conocido y cuya señal se produjo cuando hablando con ella en un momento algo la obligo a poner su mano en le vientre: malestar que la aquejaba y que él, Gratien, no se privó de entender en el sentido opuesto. No se equivocó, pero no acertó para las noches siguientes. Escribiría una página pero no las otras.

La guardaba por muchas razones, unas que me ligan a él y otras que me evocan mis propios esfuerzos por terminar algunos cuadros. Pero la verdad es que es un solo cuadro el que necesito.
La pintura era un tema que no abordábamos. Durante años él ignoró que yo llevara este oficio, aunque debo agregar que en aquella época lo había abandonado casi por completo. Mi relación con la pintura ha sido de lo más extraña, (¿accidentada?), y es seguramente lo que me viene a decir esta hoja suya. La comprendo y la necesito. Durante largo tiempo la tuve pegada a la pared. Gratien no pintaba, pero su talento, superior a muchos pintores que conocía translucía en esos esbozos como se pueden apreciar cierto dibujos de Víctor Hugo más allá de la anécdota.

Todo hubiese podido ir más rápido si no sintiera, por la misma fuente que me hace pintar, el deseo de escribir. O mejor dicho pasar del uno al otro en virtud del mismo agrado. Cosa que me pide un tiempo infinitamente mayor que el acostumbrado. Es un trabajo a la ciega.

Ars longa, vita brevis. Ayer fue mi horizonte. Hoy necesito ese cuadro.

Conjetura: a menudo pienso que el cuadro del que hablo no se da primero en la obra o ni tiene el mismo grado de existencia que aquel que nos da la pintura y que como un eco interno donde el azar es el conserje se produce a pesar nuestro por esas cosas raras de la vida en un lugar intermedio, tanto como transitorio, que actúa como un oráculo, no desnuda y despoja de nuestras prerrogativas, enseña del mismo modo que la ebriedad nos arrebata el pensamiento. Esto que digo se aparenta al uso que hacían los poetas barrocos del término fortuna. Cánsome en fabricar lenta fortuna/ con el error que a los umanos lleva, decía el sevillano Francisco de Rioja. Ya no sé que decir, me pregunto si lo que entiendo por cuadro no sería otra cosa, que a falta de nombre, asimilo a lo que más se parece. Nada me convence. Es posible que al acertar con un cuadro, su resultado me aleje de lo que busco. Esto termina por producir un efecto mudo en mi interior.

Un efecto mudo en mi interior. ¿Pero acaso no es esto lo que me hace ver?

La hoja estaba encima de su escritorio. La volvería a ver años más tarde, entonces le pregunté:

— ¿Y qué?
— Nada. No escribí nada más. ¿Ves el color?
— Amarillo.
— Me equivoqué.
— ¿Por qué?

Fue hasta el armario, sacó un cartón que puso en el suelo, luego extrajo dos carpetas. Era su manuscrito.

— Mira, dijo abriendo la que estaba encima.
— ¿Qué?
— El color.
— Amarillo.
— No sé cuantas páginas escribí. Lo cierto es que no lo puedo leer. Quero que tú lo leas.
— Pero…
— No. No ahora. Más tarde, dentro de algunos años. Ya te diré cuando. Quiero saber qué escribí.
— ¿Pero por qué yo?
— ¿Por qué no tú?

mardi, septembre 20, 2005

Viajes V (suite)




Los manuscritos de Gratien (suite)
La impresión que nos daba es que en esos momentos él no asistía a lo que decía porque había incongruencia entre lo dicho y su presencia. No se producía, si embargo, algo que podríamos llamar ausencia y si este fuera el caso habría que entenderla como secular. Tuve que esperar alguno años, y de cierta manera hacer yo mismo la experiencia, para entender que contrariamente a lo que creía, es aquello a lo que se le debería llamar presencia. Pero.

De todas las lecturas que ahora llevo como si se tratase de una suplica que hace la amistad a la inteligencia, hay una que me obliga a darme cuenta que si bien lo que entendía era correcto lo que expresaba necesitaba de una enmienda: no es que Gratien no estuviera, ni que su manera de no estar tradujera presencia, era pues, según el hilo de conversaciones que tuvimos, que estaba donde no era. ¿Es esto lo que se llama horror?

— Si esta discordancia no estuviera, la palabra no existiría, me dijo una vez.

***

En París fueron cinco días. El último estuvo demás. Lo lamentó.
Estaba de vuelta. El calor y el olor salino producían un efecto soporífero en su mente y tónico en sus miembros.

Acteón, Diana. Cuadros grandes. Estaba con su esperanza pulida por lecturas que le daban regocijo. Parte de su pasado se levantaba y se ponía a danzar. Escrutaba la luz como si formara parte. En las intersecciones podía distinguir los rasgos de lo que estaba haciendo y lamentaba estar sólo. Pero era así que se imaginaba proseguir bajo la figura de Acteón, de quien creía tener la mirada, y el triunfo de un púrpura. Se movía en la interpretación a que daba lugar el relato de Ovidio, bajo la tutela de un libro consagrado al tema, y de cuya elegancia oratoria y erudición obtenía el aliciente que necesitaba. La lectura era un estímulo que volvía a poner en movimiento su imaginación, había un ruedo del cual salían formas a escudriñar el día, el clima hacía el resto. Se traducía a último momento un deseo físico de emplear sus fuerzas, agotarse en el camino, es decir volver a pintar.

Tenía que ser ahora, el trabajo podía detenerse en cualquier instante.

Primarios. Amarillo. Azul. Magenta. Blanco. Negro. No es tiempo que haga de nuestro personaje un héroe, entonces olvidaría que es la luz que nos envuelve y que nunca disponemos del inicio salvo como aquello que simula el parpadeo o la gruta que nos ve mientras se duerme. El conocía de sobra esta anterioridad. Era un antes en el espacio y no en el tiempo. Un jadis, como podía decirlo él mismo. Antaño si bien recuerdo mi vida era un festín… Un rezago que tenía olor menta y jazmín. También a semen. Gusto a vulva.

Y cuando de nuevo se le presentaban esas ansias suyas que luego distinguía por retazos en la luz y que más tarde trataba de hacer reaparecer aplicando velado tras velado sin que en ningún momento hubiera color: substancia homogénea pero tan sólo un transito de tonos irregulares en sus límites, vibratorios en sus formas, lograba de nuevo ver algo, pero tenía que alejarse tan pronto como esto ocurría pues no era algo fijo a la tela, circulaba a través de ella y era captado de la misma manera que el ojo percibe la luz. Un flujo continuo de variaciones que acompaña el aleteo de la retina y que nuestra mente regula neutralizando el color en la forma tras la inversión de orden que imponen los nombres, quizás los números, seguramente una cifra.

Porque esa luz ya no era luz pero lo que queda de la noche. El sueño dicen es una suma de reliquias de lo que hemos visto más el ímpetus de lo que no existe. El mismo se consideraba atado a estos residuos. Más antiguos que él, prefería abrirles paso antes que ostigar su fuente imponiendo algo. Prefería ese acto que en vez de intimar actuaba como una sustracción. A veces esto podía llevarle a nada. Un testigo no hubiese podido detectar un acto. Es cierto, para muchos un hombre sentado en una silla no es un acto.

***
No son pocas las esculturas consagradas a Diana; no le fue difícil topar con ellas en el Louvre. No conocía ninguna que representara el momento en que desnuda era sorprendida por Acteón. La pintura por el contrario había hecho de ese instante su goce. El cuadro de Diana estaba casi terminado, el de Acteón no. Había aplicado la capa que le permitiría la dilución. Mientras esperaba preparaba el ocre.

Siempre había un momento en que, antes de comenzar, tenía que vencer sus reticencias. Una vez adentro se daba cuenta de su error. En realidad eran dos mundos distintos. Cuando pintaba se le abría un espacio mental que de otra manera no obtenía, como si por el camino de algunos gestos su memoria estuviera esperándole, y entonces se decía - porque no pinto más seguido, este es mi mundo, es aquí donde quiero estar, es aquí que pienso, que comprendo… Y en efecto una parte de él, como quien se guarece tras la tormenta se había refugiado, ahí. Era además un ejercicio que lindaba con el drenaje de descargas físicas y que le delineaba por fuera lo que antes fue goce.

Sin darse cuenta ni tener vocación expresa de pensar en algo, sin saber quién hablaba volvió a oír la voz de Gratien: no se puede hablar del tiempo por que el tiempo es el horizonte que nos habla, y no es que hablemos de algo, es tan sólo un despliegue, un abrir,
luego está el paisaje luego, hay alguien… Su voz es entrañable, repite siempre las mismas frases. Pasaba un año que no se veían, empezaban en un bar terminaban en otro, llegaba el momento en que se le volvía a oír decir lo mismo, como para dar perennidad a una posición que la realidad y el atavismo tendía a soslayar.

De todas las cosas que puedo nombrar hay una con la que no logro mi cometido porque soy su efecto, en vano se presenta su aspecto, es ya un relato que huye hacía un cuadro. Gratien adoraba Rembrandt.

Hay cosas que no comprendo y no porque mis esfuerzos fracasen, pero porque su presencia difusa (de Gratien) me arrebata la palabra… El único que podría comprender mi partida es él. Creo que ya van siendo muchos años sin hablar, entiendo que esto no puede seguir así. Un peso tan grande, puede acabar con cualquiera. Me pregunto como hacía él. No tengo respuesta.

No se puede decir ¿verdad? No hay frase para eso ¿no es cierto? No. Entonces busca una discordancia y hazla existir. Dale forma. Entonces se levantaba con una calma que parecía agregar un peso que su cuerpo no tenía e iba a por un libro. Poeta. Poesía. Francia. Vaucluse. Gratien con un acento meridional terroso y gutural que hacía pensar en las tierras calcarías du Lot o d´Avignon. Un emblema que velaba su voz al recitar. Cuando terminaba la lectura, como quien llama la atención para indicar un punto en el paisaje, avanzaba su cuerpo y con un tono confidencial decía: a menudo se llama oscuro al poeta o al poema que produce un intervalo entre dos frases en lugar de una subordinada, crea un desacuerdo, y luego de una pausa agregaba, un descort. Piensen en dos átomos cayendo en el vacío. Su rostro se iluminaba. Se alejaba de su entorno para oír algo. Un tiempo pasaba. Volvía con una mirada neutra, retraída ¿Había perdido el hilo?
(Ese corte. Menciono ese corte porque Gratien era ese corte.) Cuando se habían apagado todas las señales de elocuencia, como quien sale a la superficie y por fin respira, se le oía decir
— La significación es un choque. No esperen más.

lundi, septembre 19, 2005

Viajes IV (suite)

Los manuscritos de Gratien. (primera parte)

Nunca he sabido cómo recordar a Gratien. Las conversaciones que tuvimos se me han quedado tan grabadas que sigo hablando con él. Aún le oigo. Sólo habrá recuerdo el día en que esto se interrumpa. Habrá pretérito.

Lo importante: con él se podía hablar, sin que el diálogo se completara. Hay un círculo zen que dice lo mismo.

Aún tengo que esperar dos años. De todo lo que escribió es lo único que no he leido. El manuscrito “Amarillo”.

— ¿Que es lo que se salva? Nada. Pero pregúntate qué es lo que se lee. Búscalo en la cámara oscura. “Así es Gratien.” Cuántas veces no me dije lo mismo…

Existe quizás en el sur de Francia un paisaje que lo recuerde. Yo no. No lo que se llama recordar. Quizás en París algunas calles también guardan su memoria. Yo no, no puedo.

Una de las pocas ocasiones en que, en ese sentido, puedo cortar el tiempo en dos y imaginármelo en un tiempo pasado, es cuando llego a decirme cosas que sé expresamente no puedo compartir con nadie. Entonces logro los dos estados de la palabra. Hablo con él que no me doy cuenta. Me callo. Al mismo tiempo.

— las cosas se pueden vivir bajo la forma de su eternidad. ¿No es esta una manera acaso de negar la muerte? No, si vivir algo: sub especie aeternitatis significa realizarla ¿La vida como muerte? Eso ya lo dijo San Agustín: no hay peor muerte que la que no quiere morir. Cierto, el problema reside en que esto se dice desde el tiempo, o la temporalidad ¿pero qué es tiempo si el hombre es una animal concernido por la repetición? tarde o temprano se forma un escatología del tiempo para subsanar este pecadito ¿Entonces? Entonces el espacio…

Seguramente que cuando por fin lea su manuscrito esto cese, y porque las sensaciones encontradas desaparecen, lamente no tenerlo a mi lado. Habrá quizás duelo. Lo buscaré en las conversaciones que tendré con otra gente… Pero no es el momento de alterar este orden (el tiempo que me queda antes de poder leer su manuscrito). Además ¿quién me asegura que mañana sabré lo que hoy no comprendo?

Retraído como si apenas comprendiera lo que le digo… no me responde. Me pregunto si he hecho bien en plantearle el tema, temo haberle causado una molestia. Pero ahí está él con una lentitud que apenas da signos de inteligencia. Se toma un tiempo que me parece inhumano. Cuando por fin habla es como si regresara de alguna parte. ¿Dónde se puede estar para que en esos momentos destruyera la palabra en lugar de producir silencio? (Violencia que nunca he visto expresada en otra persona.) Retoma con dificultad. Dice una que otra palabra como quien pone enseres sobre una tabla de cocina antes de ponerse a la obra. No frases. Cabos sueltos. Dibuja nombres mientras su mirada retraída parece mirar algo que no está. Su voz es neutra, desganada; su dificultad es nuclear y se manifiesta en cada sílaba. El efecto, cuando hilvana algo, es el de haberle acompañado en un sufrimiento de donde surge lo que si bien no parece ser nuevo da la impresión de estar dicho por primera vez. No era el único en pensarlo, Sandra sentía lo mismo. Bruno alguna vez lo dijo. Nathan creo que descubrió algo oyéndole decir.

No conozco a nadie que, con su manera de hablar, haga sentir de manera tan fuerte lo que pertenece al comienzo. Al principio, algo tan improbable como eso. No precisamente lo que podría llamarse principio o comienzo. Era un aún. Insistía sobre algo que producía efecto de comienzo… porque (y así eran sus palabras) a veces nos toca vivir algo que si en nosotros es inaugural en la legua no, el lugar donde se dice produce se quiera o no, una repetición o reiteración como se le quiera llamar… Se podía leer por breves instantes que en algún momento de su vida al interior de su mirada sus ojos habían sido destruidos, su vista no tenía dueño. Más de alguna vez pensé que me equivocaba, que no eran sus ojos, que fue su cuerpo.

samedi, septembre 17, 2005

Viajes III (suite)


Jadis si je me souviens bien… antaño si bien recuerdo. Jadis: antaño.

Hay una pregunta que me gusta porque tiene el tono de lo que no está. Deja una estela. La he escrito un par de veces, no sé si ya es un poema. Un poema que ya escribí.

¿Dónde comienza el dibujo?

Esta pregunta lleva ese jadis. Un atrás. Antaño.

Cerca de la ventana que daba a la calle estaba desnuda. El dibujo aún lo tengo. Miró hacia la calle, desde la otra ventana, justo en frente de nosotros, Aude se dio cuenta que había una niña mirando. ¿Se ve? ¿No sé, seguramente?

Imaginemos que esta niña haya crecido. ¿No es ella la que veo dibujando? ¿Y ese Señor quién es?

¿Dónde comienza el dibujo? Es una pregunta que debería hacerme cada cierto tiempo. Debería escrutar por qué esta pregunta se repite. Cuando vemos un río nos preguntamos donde nace, a ese lugar le llamamos su lecho. Lo que cambia con un dibujo es que esta pregunta refiere a un momento que no esta en él. Es posible que no veamos nada y que ese nada nos evoque algo.

¿Cuando un dibujo comienza dónde estamos?

Hay un momento indeciso que sólo se vive en la mirada que se dan dos personas que ni siquiera incluye el hecho de ser visto, o mostrarse. El cuerpo se encuentra en un punto de reposo. El mismo es un jadis, un antaño.

Hay preguntas que sólo puedo compartir con ciertas personas. La espera trastorna nuestros sentidos.

Tendría que volver a encontrarme con una mirada para saber más. Curiosamente ese recuerdo que remite a un pasado tiene y siempre tuvo una ala en el presente: es un recuerdo cuya mayor parte esta compuesta de presente, es decir de cuerpo, de un cuerpo existiendo en acto. Hay una canción que dice:

Para poder recordar
Amor que quema
Hay que volver vivirlo.


Las canciones son remedio. El tono de lo que no está dicho.

En otros de los libros que compré se podía leer esto. Tercera cita:

“Ces images se manifestaient chaque tour, surtout le matin/ estas imágenes se manifestaban cada día, sobretodo en la mañana. Elle vivait par elle, et c´est en elles qu´elle puisait le plus profondément le sentiment de son existance/ Ella vivía para ellas, y era en ellas que ella extraía el más profundo sentimiento de su existencia."


Peter Handke in La perte de l´image

vendredi, septembre 16, 2005

Viajes II (suite)




La pregunta podría ser ¿qué es un cuadro?

No veo cómo podría indicar lo que me animaba (sobretodo si se tiene en cuenta que en ningún momento quise ver pinturas) sin preguntar, así, por el cuadro; porque si lo que veía estaba orientado por lo que no percibía, o de manera diferida, sólo a través del comportamiento de la luz en cada sala según que la ventana estuviera cerca, o que hubieran varías, eso para mi tenía un nombre, pintura.

Lo que hace un rato en le mármol era nadie, ahora en el cuadro era nada. Un efecto tan presente como suspendido. Errático.

De poco me servía volver a visitar las Galerías de la pintura Flamenca, anularía lo que estaba en gestación. Saturaría el deseo que me hacia recorrer a distancia todas las visitas que hice hace años.

Si un cuadro, es algo que se forja en nosotros como una sorpresa, no es que en nosotros encuentre morada. Por el contrario, según entiendo, se queda encerrado en nuestra complexión, atrapado en alguna parta y pugna por salir, es ahí, en ese momento que vemos algo, pero nuestra torpeza no impide darle paso. Pintamos por que se nos promete un cuadro, lo buscamos, pero entes está el error.

Aprender.

Pero lo que intento decir ahora es la vida misma que veía aparecer en esa joven dibujando. Pudo haber sido una frase o el titulo de un dibujo de Fragonard o Bouchet: “jeune fille dessinant”… Pero. Vi el cuerpo de Aude. Un ligero parecido me llevaba esta vez hacia un deseo físico, no expresamente dirigido hacia la joven, o hacía alguien.

¿Encontraría la escritura si el tiempo fuera el modo que tengo de vivir lo que siento?

Segunda cita:

Le sexe se dresse de nouveau dans la nuit comme le printemps se dresse de nouveau dans l´année/ el sexo se erige de nuevo en la noche como la primavera se erige de nuevo durante el año.
A l´occasion d´un rêve à figures nocturnes, pour les individus/En el caso de un sueño con figuras nocturnas, para los idividuos
A l´occasion d´un rêve à figures peintes dans une grotte perpetuellement obscure, pour les groupes/ En el caso de un sueño con figuras pintadas en una gruta continuamente oscura, para los grupos.
Pascal Quignard in Sur le jadis

mardi, septembre 13, 2005

Viajes





















Los viajes pueden.
Sí, pueden. Pueden sugerirnos muchas cosas.
Pueden dibujar múltiples formas en nuestra mente según la idea que nos hacemos, el aspecto que la representa, su natura, el momento (nuestra vida no siempre apetece de la misma manera); se puede tener la corazonada de que un encuentro podría cambiar nuestra vida, aunque sea más bien una “fantasía” (si me lo permiten) que se abre paso solapadamente, como si el día anterior hubiésemos leído los sonetos del Aretino con sus respectivas estampas — Fottiamci, anima mia, fottiamci presto/poi che tutti per fotter nati siamo
[1] y hoy nos imagináramos en la cabina de baño con una desconocida repasando uno de los dieciséis “modos” (i modi) mentados por Pietro e ilustrados por Marcantonio (guía y maestro), durante el vuelo. Pero atención, que nos “imaginemos” algo, por una extraña disfunción de nuestra psiquis, no quiere decir que veamos cosa, es una “representación” a la cual no accedemos, aunque ciertos signos, como esta súbita erección que incomoda nuestra marcha y que nos hace detenernos, nos lo ponga de manifiesto.

Consideremos también que un viaje se puede reducir a una frase encontrada en un libro que se abrió por azar, por cierto, de corte más parco, no tan “e spingi dentro il cazzo a poco a poco”
[2] (aunque como decía antes no se puede descartar…) Verán, el inconveniente de decir las cosas así, está en que se pierde “el cómo las cosas operen realmente”, porque al decir todo junto, queda la impresión que se trata de una sólo plano continuo, cuando en verdad el condominio tiene dos plantas y tres dimensiones. Y por más que se haga hincapié en que no es lo mismo que algo esté presente en nosotros y que algo se re-presente ante nosotros no deja de ser una manera puramente descriptiva de decirlo, sencillamente por que no realizamos la diferencia especifica del caso, cosa que mientras se vive nos muestra su abismo, no es lo mismo que algo tenga dos o tres dimensiones, pero dejemos de abrumar al lector.
¿Se pueden decir de otra manera? Me temo que no.

[1] Ref: Pietro Aretino, soneto 1: Follemos, vida mía, follemos ya pues todos nacimos para follar, y si tú el pene adoras, yo el coño amo, y el mundo una mierda sin esto sería.
[2] Me pregunto si debo traducir…

(Sigue)

lundi, septembre 12, 2005

un jour de trop

Un día de más

Ahora lo que no fue dicho
Tampoco tendrá silencio.

Donde vayas no aceptes la negación
Si es la luna.

Como no está en la poesía lo que dices
Es la poesía lo que vuelve en lo que se oye.
En el punto en que cesa lo que nombras
O hay alguien o no hay poesía.

Alejate.

lundi, septembre 05, 2005

work in progress

Si el recorrido hacia abajo prepara la canción
el día amanece con el alba en el pincel.

Si meditar fuera
retorno como seña
al punto
diría que si pero
el oro de la noche
apunta hacia su desaparición
y en el cuarto la extensión lleva un racimo atado a tu cintura
y el reposo
no pondrá la seña a salvo:
la quemamos juntos

Volveremos al arco. Acaso un cuadro



















Esta mirada donde nos damos cita
Requiere que un cuarto de piel sea luna...

jeudi, septembre 01, 2005

Tema II y III



II

Lo mismo que se sustrae
Tensa el arco
Y nos remite a su respiración

Nunca tan fresca el agua
Y aquel que llegó
Puso una mano en su torso para tomar el pulso.
Nada en el tiempo.
Apareció en el umbral con una ofrenda.
El cambio
dio su señal en el quiebre.
Una de sus formas.


Todo lo que se tocó tenía su piel en la luna.
Y perfume abajo.

III

Una canción
Lira de cuerdas tensas…
(Momento de abrir la carta)

Deferida.
No dicha,
la arista de su savia
la deja irisada.

Lumbre.
El retrato, sensación.