mardi, septembre 20, 2005

Viajes V (suite)




Los manuscritos de Gratien (suite)
La impresión que nos daba es que en esos momentos él no asistía a lo que decía porque había incongruencia entre lo dicho y su presencia. No se producía, si embargo, algo que podríamos llamar ausencia y si este fuera el caso habría que entenderla como secular. Tuve que esperar alguno años, y de cierta manera hacer yo mismo la experiencia, para entender que contrariamente a lo que creía, es aquello a lo que se le debería llamar presencia. Pero.

De todas las lecturas que ahora llevo como si se tratase de una suplica que hace la amistad a la inteligencia, hay una que me obliga a darme cuenta que si bien lo que entendía era correcto lo que expresaba necesitaba de una enmienda: no es que Gratien no estuviera, ni que su manera de no estar tradujera presencia, era pues, según el hilo de conversaciones que tuvimos, que estaba donde no era. ¿Es esto lo que se llama horror?

— Si esta discordancia no estuviera, la palabra no existiría, me dijo una vez.

***

En París fueron cinco días. El último estuvo demás. Lo lamentó.
Estaba de vuelta. El calor y el olor salino producían un efecto soporífero en su mente y tónico en sus miembros.

Acteón, Diana. Cuadros grandes. Estaba con su esperanza pulida por lecturas que le daban regocijo. Parte de su pasado se levantaba y se ponía a danzar. Escrutaba la luz como si formara parte. En las intersecciones podía distinguir los rasgos de lo que estaba haciendo y lamentaba estar sólo. Pero era así que se imaginaba proseguir bajo la figura de Acteón, de quien creía tener la mirada, y el triunfo de un púrpura. Se movía en la interpretación a que daba lugar el relato de Ovidio, bajo la tutela de un libro consagrado al tema, y de cuya elegancia oratoria y erudición obtenía el aliciente que necesitaba. La lectura era un estímulo que volvía a poner en movimiento su imaginación, había un ruedo del cual salían formas a escudriñar el día, el clima hacía el resto. Se traducía a último momento un deseo físico de emplear sus fuerzas, agotarse en el camino, es decir volver a pintar.

Tenía que ser ahora, el trabajo podía detenerse en cualquier instante.

Primarios. Amarillo. Azul. Magenta. Blanco. Negro. No es tiempo que haga de nuestro personaje un héroe, entonces olvidaría que es la luz que nos envuelve y que nunca disponemos del inicio salvo como aquello que simula el parpadeo o la gruta que nos ve mientras se duerme. El conocía de sobra esta anterioridad. Era un antes en el espacio y no en el tiempo. Un jadis, como podía decirlo él mismo. Antaño si bien recuerdo mi vida era un festín… Un rezago que tenía olor menta y jazmín. También a semen. Gusto a vulva.

Y cuando de nuevo se le presentaban esas ansias suyas que luego distinguía por retazos en la luz y que más tarde trataba de hacer reaparecer aplicando velado tras velado sin que en ningún momento hubiera color: substancia homogénea pero tan sólo un transito de tonos irregulares en sus límites, vibratorios en sus formas, lograba de nuevo ver algo, pero tenía que alejarse tan pronto como esto ocurría pues no era algo fijo a la tela, circulaba a través de ella y era captado de la misma manera que el ojo percibe la luz. Un flujo continuo de variaciones que acompaña el aleteo de la retina y que nuestra mente regula neutralizando el color en la forma tras la inversión de orden que imponen los nombres, quizás los números, seguramente una cifra.

Porque esa luz ya no era luz pero lo que queda de la noche. El sueño dicen es una suma de reliquias de lo que hemos visto más el ímpetus de lo que no existe. El mismo se consideraba atado a estos residuos. Más antiguos que él, prefería abrirles paso antes que ostigar su fuente imponiendo algo. Prefería ese acto que en vez de intimar actuaba como una sustracción. A veces esto podía llevarle a nada. Un testigo no hubiese podido detectar un acto. Es cierto, para muchos un hombre sentado en una silla no es un acto.

***
No son pocas las esculturas consagradas a Diana; no le fue difícil topar con ellas en el Louvre. No conocía ninguna que representara el momento en que desnuda era sorprendida por Acteón. La pintura por el contrario había hecho de ese instante su goce. El cuadro de Diana estaba casi terminado, el de Acteón no. Había aplicado la capa que le permitiría la dilución. Mientras esperaba preparaba el ocre.

Siempre había un momento en que, antes de comenzar, tenía que vencer sus reticencias. Una vez adentro se daba cuenta de su error. En realidad eran dos mundos distintos. Cuando pintaba se le abría un espacio mental que de otra manera no obtenía, como si por el camino de algunos gestos su memoria estuviera esperándole, y entonces se decía - porque no pinto más seguido, este es mi mundo, es aquí donde quiero estar, es aquí que pienso, que comprendo… Y en efecto una parte de él, como quien se guarece tras la tormenta se había refugiado, ahí. Era además un ejercicio que lindaba con el drenaje de descargas físicas y que le delineaba por fuera lo que antes fue goce.

Sin darse cuenta ni tener vocación expresa de pensar en algo, sin saber quién hablaba volvió a oír la voz de Gratien: no se puede hablar del tiempo por que el tiempo es el horizonte que nos habla, y no es que hablemos de algo, es tan sólo un despliegue, un abrir,
luego está el paisaje luego, hay alguien… Su voz es entrañable, repite siempre las mismas frases. Pasaba un año que no se veían, empezaban en un bar terminaban en otro, llegaba el momento en que se le volvía a oír decir lo mismo, como para dar perennidad a una posición que la realidad y el atavismo tendía a soslayar.

De todas las cosas que puedo nombrar hay una con la que no logro mi cometido porque soy su efecto, en vano se presenta su aspecto, es ya un relato que huye hacía un cuadro. Gratien adoraba Rembrandt.

Hay cosas que no comprendo y no porque mis esfuerzos fracasen, pero porque su presencia difusa (de Gratien) me arrebata la palabra… El único que podría comprender mi partida es él. Creo que ya van siendo muchos años sin hablar, entiendo que esto no puede seguir así. Un peso tan grande, puede acabar con cualquiera. Me pregunto como hacía él. No tengo respuesta.

No se puede decir ¿verdad? No hay frase para eso ¿no es cierto? No. Entonces busca una discordancia y hazla existir. Dale forma. Entonces se levantaba con una calma que parecía agregar un peso que su cuerpo no tenía e iba a por un libro. Poeta. Poesía. Francia. Vaucluse. Gratien con un acento meridional terroso y gutural que hacía pensar en las tierras calcarías du Lot o d´Avignon. Un emblema que velaba su voz al recitar. Cuando terminaba la lectura, como quien llama la atención para indicar un punto en el paisaje, avanzaba su cuerpo y con un tono confidencial decía: a menudo se llama oscuro al poeta o al poema que produce un intervalo entre dos frases en lugar de una subordinada, crea un desacuerdo, y luego de una pausa agregaba, un descort. Piensen en dos átomos cayendo en el vacío. Su rostro se iluminaba. Se alejaba de su entorno para oír algo. Un tiempo pasaba. Volvía con una mirada neutra, retraída ¿Había perdido el hilo?
(Ese corte. Menciono ese corte porque Gratien era ese corte.) Cuando se habían apagado todas las señales de elocuencia, como quien sale a la superficie y por fin respira, se le oía decir
— La significación es un choque. No esperen más.

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