jeudi, septembre 22, 2005

Viajes VI (suite)

Guardaba una hoja dibujada y con un escrito: puño y letra de Gratien. En la parte superior a la izquierda un dibujo con tinta sepia, esbozo de mujer acostada boca abajo en perspectiva; el raccourci mostraba uno fuertes muslos, y luego la cúpula de sus nalgas a las que Gratien daba el valor de una figura topológica que yo me resistía a comprender y que para él, risueño, representaban lo que justifica una espera si el premio es la felicidad. Más abajo, otro esbozo hecho con la misma tinta, un poco más diluida: trazos sueltos donde se adivinaban dos cuerpos enlazados. Todo lo demás llevaba su escritura. En la parte inferior, en columna, dos notas paralelas, la de la izquierda se encargaba de aludir a lo que el dibujo del centro mostraba in situ. La otra era, si bien recuerdo una referencia a Pompeya.

Joven que había conocido y cuya señal se produjo cuando hablando con ella en un momento algo la obligo a poner su mano en le vientre: malestar que la aquejaba y que él, Gratien, no se privó de entender en el sentido opuesto. No se equivocó, pero no acertó para las noches siguientes. Escribiría una página pero no las otras.

La guardaba por muchas razones, unas que me ligan a él y otras que me evocan mis propios esfuerzos por terminar algunos cuadros. Pero la verdad es que es un solo cuadro el que necesito.
La pintura era un tema que no abordábamos. Durante años él ignoró que yo llevara este oficio, aunque debo agregar que en aquella época lo había abandonado casi por completo. Mi relación con la pintura ha sido de lo más extraña, (¿accidentada?), y es seguramente lo que me viene a decir esta hoja suya. La comprendo y la necesito. Durante largo tiempo la tuve pegada a la pared. Gratien no pintaba, pero su talento, superior a muchos pintores que conocía translucía en esos esbozos como se pueden apreciar cierto dibujos de Víctor Hugo más allá de la anécdota.

Todo hubiese podido ir más rápido si no sintiera, por la misma fuente que me hace pintar, el deseo de escribir. O mejor dicho pasar del uno al otro en virtud del mismo agrado. Cosa que me pide un tiempo infinitamente mayor que el acostumbrado. Es un trabajo a la ciega.

Ars longa, vita brevis. Ayer fue mi horizonte. Hoy necesito ese cuadro.

Conjetura: a menudo pienso que el cuadro del que hablo no se da primero en la obra o ni tiene el mismo grado de existencia que aquel que nos da la pintura y que como un eco interno donde el azar es el conserje se produce a pesar nuestro por esas cosas raras de la vida en un lugar intermedio, tanto como transitorio, que actúa como un oráculo, no desnuda y despoja de nuestras prerrogativas, enseña del mismo modo que la ebriedad nos arrebata el pensamiento. Esto que digo se aparenta al uso que hacían los poetas barrocos del término fortuna. Cánsome en fabricar lenta fortuna/ con el error que a los umanos lleva, decía el sevillano Francisco de Rioja. Ya no sé que decir, me pregunto si lo que entiendo por cuadro no sería otra cosa, que a falta de nombre, asimilo a lo que más se parece. Nada me convence. Es posible que al acertar con un cuadro, su resultado me aleje de lo que busco. Esto termina por producir un efecto mudo en mi interior.

Un efecto mudo en mi interior. ¿Pero acaso no es esto lo que me hace ver?

La hoja estaba encima de su escritorio. La volvería a ver años más tarde, entonces le pregunté:

— ¿Y qué?
— Nada. No escribí nada más. ¿Ves el color?
— Amarillo.
— Me equivoqué.
— ¿Por qué?

Fue hasta el armario, sacó un cartón que puso en el suelo, luego extrajo dos carpetas. Era su manuscrito.

— Mira, dijo abriendo la que estaba encima.
— ¿Qué?
— El color.
— Amarillo.
— No sé cuantas páginas escribí. Lo cierto es que no lo puedo leer. Quero que tú lo leas.
— Pero…
— No. No ahora. Más tarde, dentro de algunos años. Ya te diré cuando. Quiero saber qué escribí.
— ¿Pero por qué yo?
— ¿Por qué no tú?

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