dimanche, novembre 06, 2005

Viajes IX (suite 5)


Asistía a una serie de momentos sueltos. Volvía a mirar el toldo. La Ciotat, ciudad del sur de Francia, al lado de Marsella, de donde es oriunda mi abuela materna. Cenábamos ahí en la profunda tranquilidad del viejo puerto. Fue una visita sorpresa que ella no se esperaba. Hasta el último momento dudo que pudiese ser cierto. La Ciotat. Ahora digo: “una tarde en Sevilla” mientras vuelvo a mirar hacia el toldo, pero para bajar lentamente la vista y mirar a la mujer que está enfrente: su pelo ligeramente pelirrojo, ojos oscuros, extrañamente oscuros y me digo si no son negros, su rostro de un bronceado reciente, intensivo al parecer, que nos la sitúa en una playa de la costa andaluza el día anterior porque a lo mejor solo había llegado esta mañana a la ciudad para quedarse el fin de semana y seguir hacia… ¿hacía dónde? ¿Jerez? ¿Cádiz tal vez? Es un momento en que me entra la duda. Pero ¿En qué estoy pensando? No me lo creo. Capullo. Ya pasará. Es la situación que realza los detalles. Durante largo tiempo, mientras hablaba con su amiga se había mantenido con la espalda adosada a la silla, pero desde hace un momento su posición se hacía más relajada que abría hacía adelante, inclinándose más de lo necesario si de lo que se trata es ingerir una cucharada. El escote no dejaba margen de error. Pechos fuertes, lechosos. Portentosa. Adivino una piel blanca en invierno que me hace ver el cuadro llamado “El sueño” de Courbet, si incluyo en esto a su amiga. La Ciotat. Los hermanos Lumières. Un tren entrando en la estación de la Ciotat. Hacia mi derecha el toldo deja ver el cielo. Necesito esa foto. Mi madre que había terminado por pedir algo y comía con ganas ella que: hijo, yo casi nunca como de noche.

La luz declinante, acentuaba los contrastes, dibujaba con nitidez los pliegues del toldo. Ocres saturados. Retazos de azul. Candela. En la calle a mi izquierda al llegar a la esquina los rayos caen perpendicularmente. Es una escena donde la acción es depuesta. Paleta regular de monocromas. Atuendos. Lo que hace que pueda retener mi visión más allá del tiempo de percepción. Remanencia. Sigue vibrando. El proceso se invierte de la misma manera que dejando de oír nos ponemos a hablar. Estoy pintando. Es más fácil oír que hablar. Así paso mis días. Involuntario ejercicio. No tanto un cuadro. El deseo que precede el oficio.

Hay algo ya impreso.

Nuestra percepción es supongo continua. Pero en nuestra mente se graban y adhieren sólo datos parciales (fragmentos) según un principio de otra índole, como si a la luz se le agregara el pulso

se desprende nuestra gratitud al mismo tiempo que una forma pregunta por nosotros y ejerce el mismo interés que una palabra en la punta de la lengua, como si alguien apareciese en un corredor con una ofrenda y oyéramos los ruedas del carruaje, bastará con algunos pliegues de túnicas blancas para que la imagen de nuestro cuerpo se modele…

¿llamaría a esto una metamorfosis?

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