samedi, novembre 05, 2005

Viajes IX (suite 4)

Rembrandt - Rembrandt's Mother as Biblical Prophetess Hannah

Algo se puso a existir, para él, sin orden ni jerarquía en el aire de la tarde: la distancia dejaba de tener el mismo aspecto y se juntaba con otros momentos sueltos de su vida.

— Mira esta foto… me gusta.
— No está mal.
— Por eso te dije que te pusieras bajo el arco ¿ves esa luz?

Todo lo que nos decimos lo que hablamos con mi madre va construyendo sin que ella se de cuanta una forma cuya base es el toldo. Lo que miro se grava, quizás porque sé que dentro de algunos días la sensación que ahora vivo perderá su encanto. Sin embargo si logro ahora rescatar algunos detalles podré mantener durante más tiempo en mi memoria este instante, escribir algo, estudiar un día cualquiera.

— Vamos… dice mi madre

Le respondo con la afirmativa sin hacer ningún gesto en ese sentido, lo cierto es que ella tampoco lo dice con prisa, es más bien una sugerencia que puede esperar y es en el fondo lo que deseo: dilatar ese momento mientras se me ocurre algo…

— Mamá, porque no comemos algo ya, porque si volvemos ahora al Hostal para salir de nuevo se nos puede hacer tarde y mañana tenemos que levantarnos temprano.
— Es que no tengo hambre.
— Acompáñame.
— Veamos que hay.

Esto mientras me decía que quizás ella, la de enfrente, también tuvo la misma ocurrencia para alargar el rato, quedarse ahí, en una espera sin motivo, como un gesto instintivo de reconocimiento al que no se le puede dar un nombre, adjuntar una explicación ni tampoco colarle un fin.

Mi madre observaba la gente con avidez. Desfilaban ante nosotros una gran cantidad de paseante: turistas y locales, adultos mayores en su gran mayoría. No se privaba de ningún comentario, construía a partir de su observación, como si los datos obtenidos fueran indicios de algo por completar, relatos breves para explicar una dolencia si la señora acusaba un paso lento y algo fastidioso, un caso de adulterio si en la pareja la diferencia de edad era muy importante, aunque creo que dijo: estos deben ser amantes, mostrando de alguna manera su aprobación, lo que me extraño en su caso, a lo cual yo respondí:
— Pero mamá los amantes no se muestran en la vía.
— ¿Divorciado tu crees?
— Creo.
— Ay pero que niñita tan joven, si podría ser su hija.
— Carne fresca.
— Tu crees que nos van a trae luego la comida.

De ves en cuando volvía a levantar la vista, repetía en mi interior: una tarde en Sevilla. No me atrevía a decir una despedida en Sevilla, dejaría eso par el aeropuerto.

— Te diste cuanta del viejo de al lado, tenía algo ¿no?

Cada uno tenía una actividad con que ocuparse, nos separábamos, volvíamos a conversar. Sus comentarios eran casi continuos pero yo no siempre escuchaba. Tenía otras ciudades en mente: Málaga, la Ciotat.

Su madre. Rostro compuesto de semblanza y alteridad. A veces su persona le llegaba desde un punto que él no le conocía. A veces, su lectura cotidiana de la Biblia, lejos de toda tutela y magisterio, gracias a la fortuna de la luz que se dejaba caer en su dormitorio le hacía pensar en la obra de Rembrandt.

Málaga, la Ciotat, Sevilla. Para no nombrar Cádiz. Como cuatro retratos.

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