vendredi, juin 16, 2006

Carta del padre II

En Chantilly donde dejó la crema...
LA MANO DEL HIJO

Bajamos el millón de gradas de la curvada escalera hacia la rue Blondel. Íbamos a telefonear a Bernardo para concertar un paseo. Me encerré en la cabina, contigo a mi lado, y conversé con él sobre planes para compartir. Bernardo no tenía ninguno, y ante una pregunta suya, yo respondí que nosotros tampoco teníamos planes. Esta respuesta provocó tu enojo, con cierta razón, pues efectivamente, algo habíamos organizado entre tú y yo, que en ese instante olvidé. Al salir de la cabina, me reprochaste severamente mi omisión: “¿ Por qué le dijiste que no teníamos planes cuando en verdad los teníamos?”. Te expliqué que se trataba de un olvido y te pedí perdón. Mientras caminábamos por el Bd. Sebastopol, insististe tanto y tan repetidamente en tu reclamo, que decidí regresar el departamento.

Confundido y dolido por el incidente, me dispuse primero a leer y después, a preparar mi comida. Estaba en eso cuando llegaste. Después de algunas vacilaciones, te sentaste a mi lado, y en gesto noble y afectuoso, me tendiste tu mano, tu mano amistosa y conciliadora. Fue un gesto parecido a un elocuente discurso donde las palabras sobraban. Yo me emocioné vivamente, pues el contacto de tu mano me produjo una infinita sensación de paz y regocijo.

Es que la mano de un hijo en la mano de un padre será una fiesta para el ánimo herido. Será siempre un Beau geste.

Así es. Uno de los recuerdos inolvidables de mi último viaje a París: tu mano en mi mano.

¿Te acordás, hermano?





CHILE-AGOSTO 2002.—
Y no se olviden de leer o releer este mes: Liliana llorando de Julio Cortazar, es el primer cuento de Octaedro.

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