mardi, octobre 04, 2005

Viajes IX (suite 2)

Había bifurcado. Preparaba cuatro pequeños estudios de 20x20cm antes de atacarse al cuadro de Acteón. La lenta progresión de los velados. Tenía claro en que orden tenían que ir, pero siempre había un error de última hora, Acteón seguía siendo un puro problema. No sabía que rumbo seguir. Había dos maneras de resolver el torso. Dos luces distintas una de ellas le llevaba de vuelta al Louvre…

Decidí, porque eran tantas las visitas, de no detenerme más delante de un cuadro, en espera de que este por la gentileza de algo que llamara mi atención, me invitara a hacerlo. Lo claro y neto se expresaba en el desencuentro. Caminaba como si al mismo tiempo mis pasos se produjeran en otro sitio, los oía resonar en una palpitación sorda y monótona que me dañaba. Inventé para no desesperar un laberinto, o más bien lo fui a buscar ahí donde Teseo lo había dejado sin saber si me identificaba con él o era la muerte lo que me esperaba.

En uno de los cuadro de la serie que compone La Galería de los Médicis, se puede apreciar el cuerpo de un hombre joven, cuyos tonos claros se imponen ante el resto de la composición. Esa era mi impresión. La gama de transparencias me confundía. La aplicación era difusa, se invertía del calido al frío sin poder asignar ni el corte ni el paso, pero el efecto era patente. Un número incalculable de refracciones destinadas a indicar la anatomía sin pasar por el dibujo, hiendo directamente a la luz. Me pareció increíble. Espié el mismo efecto en otros desnudos. No era fortuito. Su firma.

Nos puede tocar vivir durante un período más o menos largo el desarrollo de nuestras aptitudes y al mismo tiempo sentirnos privados de su ejercicio como si estas se mostraran porque no están a nuestro alcance y no porque fueran nuestras. Un poco a la manera que tenemos de vernos crecer, anhelar ciertas cosas y saber que aun nos falta para llegar a la vida adulta, sólo que en este caso, nuestra espera pasa por logros tangibles. Desesperación es sin duda la palabra más idónea para expresar lo que se siente. Somos en nuestro fuero interno el síntoma de un exilio. Así muchas veces veía rebotar mis capacidades en un muro que ciertamente no existía y al cual sin quererlo yo mismo daba sostén. Digo esto porque en ese entonces la soledad era tal que mal podía inventarme una causa en la cual yo no estuviera ¿Pero era aquello soledad?

Volvió a sus estudios, aplicó los fondos, dejó secar, leyó esto: “Mon inaptitude à arranger ma vie provient de ce que je suis fidèle non à un seul être mais à tous les être avec lesquels je me découvre en parenté sérieuse." Abrío su cuaderno y tradujo: Mi ineptitud para arreglar mi vida proviene de que no soy fiel con uno solo pero con todos los seres con los que me descubro un serio parentesco. Aplicó una segunda capa, vigilando la contigüidad de cada uno, se detuvo cuando la luz surgió. Esperaría un poco antes de resolver los detalles. Su pecho ardía.

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